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Un grito contra la pena de muerte

Juan Ignacio García Garzón



         Título: El verdugo.
Autores: L. García Berlanga y R. Azcona.
Versión: B. Sánchez.
Dirección: L. Olmos.
Intérpretes: J. Echanove, L. Martín, A. Lucchetti.
Teatro: La Latina.

 

     Vamos con verdades de Pero Grullo: El verdugo es una de las mejores películas de la historia del cine español. El director Luis García Berlanga y el guionista Rafael Azcona firmaron en 1963 un durísimo alegato contra la pena de muerte presentado bajo la más amable apariencia de comedia costumbrista con toques ácidos. Del filme procede el montaje teatral que la compañía Teatro de la Danza presenta en La Latina a partir de la versión realizada por Bernardo Sánchez, que mantiene incólume el imprescindible y demoledor grito contra la pena de muerte.

     La adaptación está escrita sobre la falsilla de la película, lo que se traduce en una puesta en escena que realiza una suerte de trasvase del lenguaje cinematográfico a los códigos teatrales, cristalizado, por ejemplo, en una sucesión de escenas/secuencias separadas por fundidos en negro. Esta compleja traslación de un medio a otro presenta fisuras insalvables en lo referente a estructura dramática, pues en algunos momentos falla la transición entre escenas, que a veces se hacen, a mi juicio, innecesariamente largas -caso del baile- o parecen descompensadas. Hecha esta salvedad, y conocido sobradamente el argumento de la obra, es necesario subrayar que nos encontramos ante un montaje primoroso con una interpretación sin fisuras del primero al último ejecutante (valga el sustantivo, teniendo en cuenta el tema de la obra); un trabajo actoral que reedita la vigorosa naturalidad lograda en el cine por Pepe Isbert, Nino Manfredi, Emma Penella y compañía; da gusto ver y oír a ese pedazo de actor que es Juan Echanove, reencontrarnos con la versatilidad de Luisa Martín o disfrutar por estos pagos del prodigioso Alfred Lucchetti, y seguimos con Vicente Díez, Pedro G. de las Heras y el resto del reparto.

     Con la complicidad de escenografía y vestuario, el trabajo de dirección de Luis Olmos consigue una perfecta atmósfera de época que nos retrotrae a unos años de ceniza y miseria moral, reflejados en los fragmentos del NO-DO que se proyectan en una de las más felices escenas de la obra, la que sucede en un cine. La noche del estreno, una cerrada salva de aplausos despidió justamente la representación.